Época: Castilla Baja Edad Media
Inicio: Año 1350
Fin: Año 1369

Antecedente:
Crisis, guerra y peste negra

(C) Julio Valdeón Baruque



Comentario

Hermanastro de Pedro I, Enrique de Trastámara había ratificado, en el tratado de Binéfar de 1363, su alianza con Pedro IV, el cual le ayudaría en sus pretensiones al trono castellano a cambio de la entrega del reino de Murcia, vieja reivindicación aragonesa, y otros lugares. Pero la principal baza del príncipe bastardo fue el compromiso alcanzado con las Compañías Blancas, bandas de soldados mercenarios originarias de Francia, curtidas en los avatares de la guerra de los Cien Años y dirigidas por el intrépido caudillo bretón Bertrand du Guesclin. Amparados en esos apoyos militares y diplomáticos, en la primavera del año 1366 los trastamaristas, nombre que derivaba del bastardo Enrique de Trastámara, dirigente del grupo, invadían nuevamente Castilla por la zona de La Rioja. De esa forma daba comienzo la denominada guerra fratricida, pues sus protagonistas fueron el rey legítimo de Castilla, Pedro I, por una parte, y su hermanastro y aspirante al trono, Enrique de Trastámara, por otra.
El bastardo llegó a Burgos, donde fue coronado rey, continuando la marcha hacia Toledo y Sevilla. Enrique de Trastámara acusaba a Pedro I de horrendos crímenes y de proteger a judíos y a musulmanes, pero también de no ser hijo de Alfonso XI, sino de un judío, Pero Gil. El mismo se presentaba como un enviado de Dios, destinado a "sacar e librar estos regnos de tanta subjecçion", como se lee en un texto de principios de abril del año 1366 emanado de su cancillería. Mientras tanto Pedro había huido al sur de Francia, en donde buscó la alianza de los ingleses. En virtud del tratado de Libourne, suscrito en septiembre de 1366, Pedro I recibiría ayuda militar de los ingleses, a cambio de entregarles el señorío de Vizcaya. De vuelta a la Península, los petristas se enfrentaron a los trastamaristas. En vísperas del encuentro hubo un intercambio de misivas entre los dos bandos. El príncipe de Gales, después de señalar que Pedro I había aportado razones justas al pedir ayuda a su padre, el rey de Inglaterra, se ofrecía a Enrique de Trastámara para actuar de mediador entre ambos: "si vos place que nos seamos buen medianero entre el dicho Rey Don Pedro é vos, que nos lo fagades saber; é nos trabajaremos como vos ayades en los sus Regnos, é en la su buena gracia é merced gran parte, porque muy honradamente podades bien pasar, é tener vuestro estado".

Enrique de Trastámara, en su respuesta al príncipe inglés, insistía en presentarse como enviado de Dios para librar a los reinos de Castilla y León del gobierno cruel que había ejercido su hermanastro:

"E todos los de los Regnos de Castillo é de Leon ovieron dende muy grand placer, teniendo que Dios les avia enviado su misericordia para los librar del su señorío tan duro é tan peligroso como tenían: é todos los de los dichos Regnos de su voluntad propia vinieron á nos tomar por su Rey é por su señor, así Perlados, como Caballeros é Fijos-dalgo, é cibdades é villas".

En abril de 1367 las tropas conjuntas del príncipe de Gales, el famoso Príncipe Negro, y de Pedro I vencieron sin paliativos en la batalla de Nájera al ejército integrado por las Compañías Blancas y los trastamaristas. Hubo numerosos prisioneros, entre ellos el francés Bertrand du Guesclin. Enrique de Trastámara pudo huir a duras penas. A consecuencia de dicha batalla el panorama cambió radicalmente. Pero en unos pocos meses se deterioró la favorable situación lograda por Pedro I, particularmente desde que rompió con los ingleses, a los que no entregó lo que les había ofrecido.

En el otoño de 1367 regresó Enrique de Trastámara, que después del combate de Nájera se había refugiado en Francia. Poco a poco aumentaban los adeptos del bastardo, al tiempo que disminuían los de Pedro I. En junio de 1368 se firmó el tratado de Toledo, que sellaba la alianza entre Enrique de Trastámara y la Corona de Francia. El pacto fue suscrito en el campamento de los trastamaristas, que habían puesto sitio a la ciudad del Tajo. Pero el final de la contienda se produjo cuando, a finales de marzo de 1369, Pedro I fue asesinado en el castillo de Montiel, probablemente gracias a la intervención de Bertrand du Guesclin. Poco después Toledo caía en poder trastamarista. Ciertamente aún quedaban algunos focos petristas en la Corona de Castilla, como las plazas de Zamora y de Carmona. Pero el triunfo de Enrique de Trastámara, convertido ya en el monarca Enrique II, era incuestionable.

La guerra fratricida entre el rey legítimo y su hermanastro ha sido interpretada desde muy diversas perspectivas. Algunos historiadores, como C. Viñas, han visto en ella un enfrentamiento entre el bando de la reacción, expresión de la vieja nobleza feudal, y el del progreso, representado por la incipiente burguesía y los judíos. El primero, finalmente triunfante, lo dirigía Enrique de Trastámara; el segundo estaba liderado por el rey don Pedro. Es evidente que, hablando en términos generales, la alta nobleza y el episcopado estuvieron al lado del bastardo, pero suponer que había una conjunción de intereses entre Pedro I y la burguesía emergente es difícil de admitir.

Más consistencia, a nuestro juicio, tiene la opinión que ve en la guerra fratricida la gran ocasión para que los poderosos, gravemente perjudicados por la crisis demográfica y económica, fortalecieran sus maltrechas posiciones. Al fin y al cabo las denominadas "mercedes enriqueñas" fueron el premio otorgado por Enrique II a los nobles que le habían ayudado a ocupar el trono. Hay que tener en cuenta, asimismo, que Enrique de Trastámara atizó el fantasma del antijudaismo, como forma de ganarse el apoyo de las masas populares. Por lo demás, la pugna causó enormes estragos. Las tropelías, cometidas particularmente por los soldados mercenarios, tanto franceses como ingleses, dañaron ante todo a la población rural.